Nos prometimos el primer beso del día, el primer saludo al despertar.
Nos prometimos un "te amo" en total exclusividad y cuidar los sueños del otro cada noche.
Nos prometimos tanto que mis ojos se empañan mientras me pierdo en los recuerdos.
Sin embargo la vida pasa y aquellos miedos míos, para ti injustificados, comenzaron a tomar forma.
El silencio empezó a acompañar mis noches y el frío a congelar mi corazón, mientras tú te indignabas ante mi frialdad.
La impotencia me hizo muchas veces víctima y culpable de los dramas más absurdos de nuestra relación.
Y poco a poco simplemente aprendí a soltarte e hice de esos miedos un manual de supervivencia.
Encontré en mis heridas las respuestas e hice de tu ausencia una lección grabada a fuego en mi alma.
Dejé de buscar resolverlo e intentar que me entiendas; que lo salvemos.
Aprendí a curar mis heridas y dejé de llorar esperando tu auxilio.
Di pasos, tomé decisiones, solté ataduras y recogí recuerdos.
Cumplí mis promesas y dejé limpia mi conciencia.
Todo ello mientras tú creías haber logrado convertirme en un ente invisible a ratos e incondicional en otros, adaptada siempre a tus necesidades.
Tú desarrollaste hábiles excusas para justificar poco a poco tu olvido.
Yo encontré en tu abandono el tiempo para reconstruirme y acostumbrarme a vivir sin ti.
Cada uno perdió y se llevó lo mejor que pudo, a su manera.
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