Derrepente todo había acabado.
Él se había convertido en todo aquello que prometió no ser y yo no podía permitir que ensucie mi más bonita historia.
Me fui sin despedirme y aunque sentí que me arrancaban el corazón, no podía hacer otra cosa. Todo lo que sentía se lo había dicho, todo lo que él significaba se lo había hecho sentir, gaste todas las oportunidades, todas mis lágrimas, mi paciencia, aposté todo.
¿Qué más podía decir? No tenía nada pendiente, todo lo que yo era se lo había entregado y él lo había destrozado.
Me fui con angustia, con la tristeza de saber que no iba a detenerme, con el recuerdo de sus palabras, ahora vacías; pero con la tranquilidad de haber hecho todo por evitar ese momento.
Me fui ¡si! Y no me despedí.
Pero llevaba tanto tiempo despidiéndome que talvez por primera vez le di lo que quería de mí.
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